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El juego de la Oca

El juego de la Oca

Cuando parecía que los melones se iban acomodando en al carro, y como ocurre en El Juego de la Oca, la ficha cayó en el casillero equivocado, y Alberto lo volvió a hacer. Tal cual sucedió el 9 de marzo de 2006, volvemos a retroceder uno o varios casilleros porque el cierre de las exportaciones no le pega solo a ese campo que muchos lo catalogan como llorón, le pega al desarrollo y al crecimiento de un país que, como una constante, busca su lugar en el mundo.

Y no me vengan con que “esto va hacer que baje el precio de la carne”, “que no puede ser que se exporte todo”, “la mesa de los argentinos”, y la mar en coche, porque que alguien me explique si alguna de las medidas que se han tomado para que los precios bajen causó efecto.  La inflación está por las nubes, es una realidad, pero que cerrando las exportaciones se la va a controlar carece de fundamentos, porque hoy la tiza nueva brilla en las pizarras de las carnicerías; y si lo que se quiere es evitar la evasión y los negocios fuera orden, se cuentan con las herramientas necesarias sin necesidad de llegar al cierre de comercialización, sino que me expliquen para qué tanta laraca con las nuevas declaraciones juradas.

Es difícil pensar que países como Corea prohíban las exportaciones de celulares para controlar el mercado interno, o que Alemania deje de exportar vehículos para que los precios no suban. Así de irracional suena la reciente medida del gobierno de Alberto Fernández de prohibir las ventas al exterior de carne vacuna, con el pretendido propósito de cuidar “la mesa de los argentinos” y combatir la inflación.

Esta determinación de suspender las exportaciones por 30 días no dejan de llamar la atención, porque hace tres meses atrás nuestro Presidente anunciaba a toda orquesta, desde México, que nos abrían las puertas para la exportación, consiguiendo uno de los mayores logros luego de estar años cerrados por la fiebre Aftosa. Y si a eso le sumamos que poco después de las PASO de 2019, en la Fundación Mediterránea, mientras era candidato, Fernández afirmaba  que “consumir y exportar no son conceptos antagónicos”, y que el “gran desafío” de la Argentina no era otro que “aumentar sus exportaciones”. La verdad que lo de esta semana no se entiende.

Entonces,  ¿en qué quedamos? Todos sabemos lo que aporta al país la agroindustria y sus segmentos, poniéndola como el “demonio” no se genera más que distancia y antagonismos en la sociedad.  Solo exportando más y mejor vamos a poder salir, y las autoridades tienen la responsabilidad de dar las herramientas para que esto pase.

Y a no confundir gordura con hinchazón, porque los que se rasgan las vestiduras hoy de que con las exportaciones se va todo y la carne aumenta en el mercado interno, sepan que lo que se va es lo que a vos no te gusta que te vendan en la carnicería. Se va la vaca vieja, fundida, esa que ni por casualidad comemos los argentinos, (“Carne para Todos”).

Se va la vaca que se moría en el campo porque no tenía destino, la que el productor terminaba desechando y que hoy, gracias a las exportaciones, encontró un mercado que le cierra para reponer, porque con lo que hoy vende una vaca a China repone para recriar y seguir manteniendo el stock ganadero. Y acá no caigamos en que el campo siempre llora, porque esta medida afecta a todos: al de 1000 vacas como al de 100, o al de 10 que engorda en una chacra y espera el remate de su pueblo para poder venderlas.

Ese mercado es el afectado, ese mercado hoy es el golpeado, y por eso la broca de la gente de campo, porque con medidas que parecen jugar para la tribuna pretenden controlar una inflación que se les fue de las manos, y que mientras la maquinita no deje de imprimir, va a ser muy difícil de controlar.

Ahora hablemos de números y datos concretos:

En ningún lugar del mundo las restricciones hacen que las cosas mejoren o cambien, y esta medida que el Gobierno dispuso ya tuvo su historial en marzo de 2006 cuando, con el mismo objetivo de controlar y buscar bajar los precios de la carne en el mercado interno, se prohibió exportar por 180 días. Después parece que se les pasó de levantar la medida, y se le fueron 10 años con efectos notorios como:

  • El stock de ganado vacuno se redujo en esos años en más de 10 millones de cabezas.

  • Se fundieron miles de productores ganaderos.

  • Cerró un centenar de plantas frigoríficas, con unos 10.000 puestos de trabajo perdidos.

  • Las exportaciones de carne entre 2006 y 2012 se redujeron a la mitad, y la producción de carne descendió un 20%.

  • No se cumplió por nueve años con la Cuota Hilton.

  • Se dejaron de exportar más de US$14.000 millones de distintos tipos de cortes de carnes en ese lapso.

  • En el año 2015 nuestro país, que siempre había estado entre los 3 o 4 primeros exportadores de carne del mundo, estaba 13 en el ranking.

  • Por si esto fuera poco, el precio de la carne, lejos de bajar, subió, pasando el kilo de asado de 2,70 dólares en 2006 a 8 dólares en 2012, de acuerdo con datos de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA). Hoy, ronda los 6,80 dólares al cambio oficial.

Con estos números, y una realidad incierta que pareciera se encamina al 2006, se puede decir que para este gobierno el famoso dicho de que el que se quema con leche ve una vaca y llora, no corre porque, lamentablemente, la formula se vuelve a repetir.

Otro de los puntos que parece no tuvieron en cuenta a la hora de la medida fue que los importadores, que hasta hoy compraban carne argentina, no dejarán de consumirla porque nuestro país no la venda, pero sí buscarán otros proveedores como Uruguay, Brasil, Paraguay o Australia que, claramente, se están frotando las manos. Además, no sabremos las consecuencias que esto generaría si la medida se extiende aún más, y no lo digo por ser pesimista, sino que a los hechos me remito.

El querer contener los precios de la carne vacuna podría generar pérdida de divisas para el país, un corte de la cadena de distribución internacional, un aumento de costos, más cierres de frigoríficos y subas de precios por la caída de la oferta.

 

Por último, y les dejo la inquietud:

  • ¿La carne se convertirá en el “yuyito verde” de la 125?

  • ¿Son medidas pensadas, o manotazo de ahogado ante una escalada inflacionaria que no cesa, y de la cual se busca culpable?

  • ¿Se analiza la parte impositiva que tienen encima los alimentos?

  • ¿Se piensa en la producción?

  • ¿Ven al campo como un generador de divisas y de recursos para el país, o como un enemigo al cual hay que atacar?

  • ¿Es una medida que busca poner un manto de humo ante la escalada de casos y el descontrol y descontento por el manejo de la pandemia?.